7.6.06

Triunfo en espadas

Ocho de la tarde. Mesa central en el bar. Espadas se cruzan con bastos y con oros se paga el brindis de las copas. Es la final del campeonato de tute más prestigioso de la comarca y parte del extranjero, entre cuatro hombres y dos parejas que se hacen uno con las cartas. Todos los vecinos absorben ribeiro y cerveza, con la vista puesta en el tapete y los labios sellados, escrupuloso silencio en este templo del azar. Se baraja y se corta, pintan espadas. Se abre un telón de cuarenta naipes, diez por barba, y el juego comienza.

Benito mira a su compañero, Luis, el Feo. Son la pareja tranquila, los jugadores impasibles que ganan sin aspavientos y sin seguridad en sí mismos. Como un buen escolta en baloncesto, son regulares y estables, pero dan poco espectáculo. En frente, tienen a Aurelio, el de la panadería, y a Tomás, el concejal de obras públicas, que han quedado campeones en ocho de los últimos diez torneos.

Hay pocas posibilidades de hacer algo esa tarde. Benito abre su mano y ve que los triunfos le huyen y la tos de Luis le hace entender que sus cartas no son mejores. Parece que en esta ronda no queda otra que agachar las orejas. Lejos del barullo del local, empieza a sumar en su cabeza, barajar combinaciones, planear estadísticas. Como distraído, deja caer la sota de bastos sabiendo que el rey puede hacerle ganar la próxima baza… números, balances, posibilidades. Ahora está en su salsa.

Benito adora los cálculos. Las ecuaciones, integrales y derivadas siempre responden según lo esperado, si uno sabe que fórmulas usar, justo al contrario que la gente. Ya de pequeño llevaba las cuentas de la sastrería de sus padres y de mozo, en los andamios, se divertía calculando cuantos ladrillos harían falta para levantar un muro, o cuantos metros cúbicos de cemento cabían en la hormigonera. Siempre le dijeron que tenía que haber estudiado para ingeniero, profesión que para su madre era el epítome de la sabiduría técnica y moral. Él, en realidad, hubiera querido ser matemático, pero se casó joven, tuvo a su primer hijo muy pronto y con el saber de las Universidades no se puede comprar leche en polvo para la familia de uno.

Tomás juega como si estuviera dando un mitin. Se luce, grita, aporrea la mesa con cada triunfo. A Benito le parece absurda la actitud de su cuñado, si lleva todos los ases en la mano, ganar no tiene mérito ninguno así que ¿por qué celebrarlo? Nunca ha sido capaz de entender a ese hombre, expansivo, admirable. Nunca ha podido prever sus actuaciones como hace con las cuentas de gastos. En el fondo, eso le molesta, pero… ¿Quién es él para opinar, mientras haga feliz a su hermana? Ella, que acabó siendo la lista de la familia, que estudió y ahora es maestra de escuela, se merece que haga el pequeño sacrificio de llevarse bien con su marido.

Desde que se hizo mayor para saltar andamios, Benito trabaja en la oficina de la constructora que le dio trabajo durante toda la vida, como contable, claro, comiendo números y datos en su vida entre libretas y calculadoras. Tomás Guijuelo S.L., la empresa de su cuñado, depende en buena medida de que Benito haga bien su papel. Y lo hace, vaya que sí. En las cuentas que él teje nadie podría distinguir esos desvíos de fondos del Ayuntamiento tan… poco legales. Al fin y al cabo, todo queda en familia.

Benito sabe que, gane o pierda, tendrá que aguantar pullas de Tomás en la oficina durante toda la semana, pero le da igual. No juega por el placer de ganar, sino para poner a prueba su capacidad de memoria y predicción. Por ejemplo, en cuanto coge la segunda mano de cartas (otra vez pintan espadas), sabe que esta vez Luis y él no tienen forma de impedir que sus rivales sumen dos tantos. Construye su teoría a base de números y datos, mientras lanza naipes, distraído, sin poder quitarse la preocupación de la cabeza…

El otro día ayudaba a su nieto, Benito, como él, a hacer los deberes de matemáticas. En cuanto acabaron las cuentas de trigonometría, el chaval le pidió una explicación de física. “Abuelo, no entiendo la fórmula de Newton”. Cuando fue a consultar el teorema de la gravitación universal al libro de texto, con una sonrisa condescendiente en los labios, de dio cuenta de que él tampoco entendía nada. Las letras estaban ahí, y los números, formando los párrafos de una explicación para críos de 15 años y él no era capaz de encontrarles sentido. Los leyó dos, siete, veinte veces y era como intentar encontrarle sentido a las formas de las nubes en el cielo. Todas las explicaciones que improvisaba tenían más que ver con su propia imaginación que con lo que pusiera en el texto.

Tira su última carta, un triste cinco de copas. Encerrado en su jaula de conocimientos antiguos y categorías trilladas, ha olvidado como hacerle sitio a otras cosas, está viejo y oxidado desde el día en que dejó de interesarse por aquello que no sabía. Inmóvil, como una mosca en una telaraña, termina de contar los tantos y ve que Luis y él ya pierden la partida por tres a cero.

6.6.06

Cómics en el día de la bestia

Día señalado ¿no? Mientras va naciendo el Anticristo que reinará sobre todos nosotros antes del fin del mundo, yo quería escribir un poco de tebeos. Perdónenme la frivolidad. Eso sí, por no perder el tono de esta fecha histórico-matemática, he seleccionado un par de series de monstruitos.

El primero de estos cuentos de género es el Dampyr de Mauro Boselli y Mauricio Colombo, un estupendo ejemplo del fumetti (tebeo, en italiano) más popular. Después de Francia, Italia es el país europeo con mayor producción propia de cómics. Y es que los italianos, mayormente, leen historietas hechas por italianos, que pueden llegar a convertirse en verdaderos éxitos comerciales y dar lugar a series de cientos o miles de números, como Tex o Dylan Dog, que son ya una industria nacional.

Dampyr es un personaje nacido en el año 2000, pero que acaba de llegar a España. Cambiando a menudo de dibujante, tal y como es habitual en la gran Sergio Bonelli Editore, Boselli y Colombo cuentan la historia de Harlan Draka, un serbio hijo de un vampiro y una mujer humana, cuya sangre es veneno para los no-muertos (oséase, un dampyr, según la mitología eslava). Harlan vivía como un charlatán, engañando a los campesinos, hasta que en plena guerra de Bosnia descubre sus poderes y se dedica a cazar dráculas por el mundo adelante, convertido en un héroe oscuro y acompañado del mercenario Kurlak y de la vampiresa renegada Tesla.

En los cuatro números que llevo leídos ha habido bombardeos, bibliotecas secretas en Praga, grandes mansiones en Cornualles, parques de atracciones abandonados y guerras de mafias en la Rusia post-soviética, conflicto nacional chechenio incluido. La serie se vale de escenas clásicas del género de terror y de las tensiones políticas internacionales para introducir monstruos acechando en las sombras de nuestra sociedad. Con unos guiones inteligentes y un dibujo siempre artesanalmente correcto, Dampyr cumple muy bien su objetivo como serie de género, que es entretener. Y es que estas cosas no tienen porque ser patrimonio de los americanos.

De sustos y vampiros también hablan, aunque en un tono muy distinto, los Minimonsters del gran David Ramírez, una serie entre entrañable, surrealista y escatológica que se publica en la revista Dibus, de Norma, y que cuenta ya con dos recopilaciones en álbum. DR, uno de los pocos supervivientes de los autores de manga español de los 90 (ubi sunt?), deja sus habituales historias de sexo y depravación para dibujar un tebeo para niños de lo más clásico. Y lo hace bastante bien.

En Villa Susto, una aldea escondida para los humanos, viven los Monsters y sus hijos, los Minimonsters: Victor Von Pyro, Piruja la Bruja, Frank Einstein, Momsés, Lupo, y otros tantos que se dedican a sus quehaceres como cualquier criatura de pesadilla. Van a la escuela, se pelean, se meten en líos… y de eso va la historia. Al más puro estilo de la escuela Bruguera, DR mezcla situaciones absurdas, personajes delirantes e inventos increíbles en un mundo lleno de referencias pop, pero muy personal.

Su estilo de dibujo ha cambiado con los años, para mejor. Sus diálogos siguen siendo desternillantes por lo surrealista y su narrativa sigue, como siempre, al servicio del chiste… de un chiste bastante bueno. Yo os diría que si tenéis algo parecido a un sobrino pequeño, un tomito de Minimonsters sería un buen regalo de fin de curso.

Son dos series buenas pero no geniales, pero es que no sólo de obras maestras viven las industrias culturales. Los italianos lo saben, en seis años Dampyr tiene 72 álbumes regulares publicados y algún que otro especial. Sin embargo, en el mismo tiempo, han salido dos de Minimonsters, y no porque el bueno de DR estuviese hasta arriba de trabajo, no. Esperemos que el Anticristo pueda arreglar este tipo de cosas.

1.6.06

Diálogo hipotético

- Bien.

- Sí, bien.

- No se me salga del tema ¿Qué tiene que decir?

- Er... ¿me obligaron?

- ¿Cómo?

- Bueno, yo dije, os habéis enterado de... y me dijeron ¿por qué no haces un tema para hoy?

- ¿Y usted se negó?

- Esteee... ... No.

- Entonces no le obligaron.

- Bueno, me lo sugirieron.

- ¿Le sugirieron que arrastrase por el barro todos los valores del buen periodismo?

- No, ése es un hábito que tengo desde que dejé la facultad. La culpa es de quien me dio el título.

- Claro, claro, la culpa es siempre de otros.

- Yo es que si me dejan...

- Mire, lo mejor es que se largue a casa una temporada.

- ¿Qué?

- Sí, ni una noticia, ni una entrevista, ni un reportaje en 30 días.

- ¡No! Pero si yo adoro mi trabajo. No quiero irme.

- Me la pela. Así la próxima vez se lo pensará antes de publicar algo como ESTO.

- Pues fue en portada y todo...

- Esa, amigo mío, es otra historia.

Queridos lectores y no lectores, este duende está de vacaciones durante tooooodo el mes. Lo digo, a parte de para daros envidia, para avisar de que el ritmo de actualización de este vuestro rincón del ciberespacio será (aún) más errático de lo normal. Sed buenos y no bebáis.