19.2.08

Los rumores sobre mi muerte fueron exagerados

El escudero dormía tranquilo sobre su escudo. Feliz y ausente, se entretenía en hacer cuadrar el compás de sus ronquidos con el de los latidos de su corazón. De cuando en cuando, abría un ojo y se rascaba el sobaco con su maza de verdades como puños.

Frente a él, el dragón del tedio contaba ovejitas con aire aburrido. Para ser un dragón era pequeñajo, flacucho y monstruosamente anodino. Una espesa telaraña lo cubría, formada tras meses de inactividad. Y finalmente no pudo más y habló:


- Oye, macho...
- mmmm...

- ¿No se supone que estás aquí para matarme?

- Se supone. Pero es que eres tan canijo que me resulta aburrido... ya te mataré mañana.
- No, si yo prisa no tengo, pero es que llevamos más de dos meses con esta cantinela.
- ¿Y?
- Y que ya no escribes.
- No puedo escribir, tengo que matarte.
- Pues mátame de una vez y termina con esta agonía.

- No me apetece, ya te mataré mañana.

- Bueno, pues no me mates, pero por lo menos vete a hacer algo, no sé, limpia tu cuarto, que está que da asco.

- Yo lo veo bien.

- ¿Bien? ¿Y esa pelusa mutante de dos metros que salió ayer de debajo de la cama?

- Ah, esa. No hay fallo. Se ha instalado junto a la estantería y pasa el rato leyendo Pendones del Humor. Le gusta Makinavaja, sobre todo. El otro día incluso se movió un poco más allá, hasta los libros, y empezó a hojear Canción de Hielo y Fuego.

- Pues como se enganche a la saga, no la vas a dar echado.

- Déjala, si es la mar de maja.
- Eres un guarro.
- No, soy tolerante con la suciedad. No me gusta discriminarla.

- Puf. ¿Y formatear el ordenador? Recuerda que se cuelga cada vez que abres dos pestañas del Firefox a la vez.
- Aún tengo sitio en el disco duro...
- Sí, un mega entero...

- Mientras exista Aso Brain Games, ¿quien necesita un soporte físico de datos?

- ¿Hay algo que pueda hacer para animarte?
- Dejarme dormir.

- Tal vez el desafío de la burocracia te despabile ¿No tenías que ir a pedir la ayuda zapateril al alquiler?
- Sí, iré en cuanto te mate.
- Pues venga...
- No me apetece, ya te mataré mañana.

- No soy el más indicado para decírtelo, pero no puedes seguir así.
- Pues no, no eres el más indicado...
- ¿Te das cuenta de que ya ni siquiera eres capaz de preparar una triste partida de rol? Mira, te hago yo una en un momento. Los jugadores son un grupo de mercenarios que llegan al pueblecito de Villa Dungeon, los contratan para matar a los goblins que infestan la mina. Bajan masacrando, desactivan un par de trampas, se cargan al chaman Orto Reblandecido y encuentran una espada mágica.

- Vaya mierda.

- Pues es mejor que nada de lo que has hecho tú en estos meses. Además, tu pila de cómics para leer nunca había sido tan grande.
- Es que... no puedo leer, tengo que matarte.
- Mira, ¿ves ese de encima del montón?. El eternauta, un CLÁSICO con mayúsculas, ¿cuanto tiempo lleva ahí? ¿Un mes? ¿No te da vergüenza?
- Es que...

- Ahí solito, ignorado. Pobrecillo. Oesterheld debe de estar removiéndose en su tumba... esté donde esté su cadáver torturado por los militares argentinos.

- Joder, tienes razón.
- Aleyuya.

El escudero se puso en pie, despacito, que tenía los músculos entumecidos de tanto rascarse los huevos. Cogió su maza de verdades como puños y la levantó con esfuerzo. El dragón del tedio lo miraba con ojos enternecidos cuando el arma le chafó la cabeza.
La anodina bestia se deshizo en un desagradable polvillo que cubrió por completo al aprendiz de guerrero. Se lo sacudió como pudo, y bostezó.

No salieron animadoras, no cantaron los pajaritos, y al precio que se están poniendo los alimentos, nadie guisó perdices. Simplemente, el escudero sacó un teclado de su sobrevesta y se puso a escribir. La sintaxis lo recibió como si fuera un viejo amigo que le debía dinero.

Esa misma noche tocaba empezar El eternauta. Y tal vez mañana tendría que ocuparse de la pelusa mutante.