A veces, por cualquier tontada, en una empresa se convoca una cena de trabajo. Se junta entonces gente con poco en común, que se ve mucho las caras pero no se conoce, en un ambiente pretendidamente festivo. Y eso suele dar lugar a escenas particularmente bizarras, sobre todo al final, en el último bar, cuando sólo resisten los que más ganas de juerga tenían, agarrados a su bebida y prestándose mutuo apoyo con la mirada. El despiporre, vamos.
- ¿Y ahora?
- Ahora, al Maycar.
- ¿No es muy temprano?
- Mejor, más sitio.
- ¿Al Maycar? Mimá, hace por lo menos 20 años que no voy yo al Maycar.
- ¿Pero el Maycar estaba abierto hace tanto tiempo?
- Y más también.
- ¿Sabés entonces si es cierta la leyenda urbana de que allí mataron a una señora de la limpieza?
- Sí.
- Ciertísima.
- Claro que es cierta.
- Antes era un antro en el que las parejas iban a besarse en los sofás.
- Pues ahora es igual, pero con más gente.
- ¿Vosotros estabáis en la empresa cuando trabajaba Povedilla?
- ¿Quién?
- ¿Cuánto hace de eso?
- Unos diez años.
- Hace diez años, yo estaba en BUP.
- Podevilla, si, todo un crápula. Ese venía aquí, al Maycar, día sí, día también. Y casí siempre salía directo de ahí para el curro, después de tomarse la última copa.
- Me sé de alguno...
- Lo echaron por borracho, al pobre. Un día montó una muy gorda y, hala, a la calle. Pero tuvo suerte que la madre era rentista, tenía varios pisos alquilados por Santiago, y de eso fueron viviendo los dos.
- Suertudos.
- Sí, seguro. Bueno, ¿qué bebéis?
- Cerveza.
- Cerveza.
- Bacardí con limón.
- Gin-tonic.
- Pssst. Tres cervezas, un bacardí con limón y un gin-tonic.
- Oye tú, chico ¿Sabes si sigue viniendo por aquí un tal Povedilla?
- ¿Povedilla? Sí, es ese del sofá.
Y allí estaba, sentado en el banco frente a la barra, en aquel bar medio vacío. Parte del mobiliario. Uno de esos cuarentones ajados, con las arrugas como cicatrices de cuchillo, antiguos yonquis de carne prestada y mirada frebril. Su ex compañero, de edad similar pero infinitamente más sanote, sonrosado y regordete, se acerco a saludarlo con la efusión que dan los cubatas de toda una noche y Povedilla lo recibió con cara extrañada. ¿Quién no lo haría? Era un fantasma de cuando, hace diez años, tenía una vida estándar, antes de perder noche tras noche en aquel banco del Maycar.
Yo me quedé un tanto inquieto. Hace diez minutos, al entrar en tan glamuroso antro, pensé que el tal Povedilla, crápula de primera, héroe en mil batallas nocturnas, habría acabado tan cascao como ése del banco. Estaba a punto de hacer una broma al respecto antes de que mi compañero de curro le preguntase al camarero. Iba a decir algo como: "Pues Povedilla seguro que se parece al tío de ahí".
Da miedo que la realidad imite a los clichés de las películas.