17.2.06

Poesía para orquesta y guitarra eléctrica

Prácticamente no leo poesía. Supongo que es fácil de deducir de mi forma de juntar letras unas con otras, máis bien poco lírica. Sin embargo, si que soy un gran aficionado a escuchar versos, es decir, canciones. Como mi oído es tan fino como el de un bacalao metido dentro de un microondas, tiendo a quedarme mucho más con la letra que con la música, pero tambien creo que la poesía es mucho más fácil de digerir cuando se explicita su ritmo y su melodía en forma de notas.
La música y los versos, unidos, tienen un misterioso poder alquímico que hace reaccionar nuestra programación genética. Son una combinación perfecta, como la ginebra y la tónica. No en vano, los viejos aedos, rapsodas, bardos y escaldas nórdicos eran tan cantantes como poetas. La Ilíada y la Odisea, historias más grandes que la vida, tenían música, aunque hoy no sepamos cuál es.
La gente que pone música a su poesía nos hace una concesión a los cerebros vagos y nos da algo de lírica para nuestras prosáicas vidas. Entre todos los que he escuchado nunca, hay dos que supieron hablarme al oído como nadie, tal vez porque lo que ellos escribieron tiene mucho que ver con mi auto-imagen auto-impuesta. Uno es Josele Santiago, el hombre tras Los Enemigos. Otro es Enrique Santos Discépolo, considerado uno de los mejores letristas de tangos.
Y silbando una canción, nos vamos.

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