Salgo de mi exilio vacacional, desinformativo y a-tecnológico para pontificar un rato. Acabo de terminar la lectura del Tratado de ateología, de Michel Onfray. Es una obra que pretende servir de punto de partida para la creación de una moral atea, ajena a los valores judeocristianos del inconsciente colectivo occidental. Para eso, señala, disecciona y destruye todas las bases ideológicas de las tres religiones del Libro (cristianismo, judaísmo e islamismo) y anima a crear un laicismo militante que despeje todas las falsas creencias mesiánicas socialmente aceptadas.
Me ha gustado y me ha mosqueado, porque este francés cabrón hace reflexiones que yo habría deseado firmar, pero de las que mi pereza e incapacidad analítica me han mantenido alejado. Con envidia, citaré ahora algunas de las más interesantes, a riesgo de que el señor Onfray me denuncie por plagio.
La religión está al servicio de la pulsión de muerte. Cualquiera de los tres Libros es un refrito de textos en el que se pueden encontrar citas para justificar cualquier cosa, y su contraria también. Sin embargo, imanes, rabinos y curas se han empeñado una y otra vez en ponerse del lado de la muerte. El placer el pecado, rebelarse contra la opresión es pecado, pensar es pecado, la razón, la ciencia y la filosofía son pecado. La esclavitud, el genocidio y la opresión, son los métodos de dios.
Los portavoces del más allá sostienen que en su Libro está todo. Se lo leen a la gente (seleccionando ellos las citas que más les convengan para el caso) y les obligan a memorizar trozos. Memoria y obediencia antes que reflexión y crítica, eso siempre.
El judaísmo tiene leyes para todos los instantes de la vida e impide que los buenos creyentes hagan nada sin consultarlo con la Torá. El islam lo supera en este caso e incluye en su Corán la forma correcta de obrar durante las 24 horas del día, incluso hay versículos que explican como limpiarse el culo (y no es un chiste).
El cristianismo es mucho más laxo en este aspecto, pero porque prefiere legislar por omisión. No dicta una norma de lo correcto, pero quema y descalifica a todos aquellos que hacen lo que no les gusta. De ese modo lo correcto puede cambiar según convenga. Descartes, Spinoza y Hobbes, buenos filósofos deístas, están incluidos en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia. Adolf Hitler, no.
Las religiones organizadas no merecen tolerancia. Ellos no la tienen hacia los que no participan en su club, y sus opiniones son terriblemente perjudiciales para el desarrollo de los derechos humanos. Cada uno en su casa puede rezarle a lo que quiera, evidentemente, pero pretender que las enseñanzas de un comerciante de telas histérico (San Pablo) o un pastor de cabras analfabeto (Mahoma) pueden dictar la política de un Estado es intolerable. El pensamiento mágico no se puede equiparar al pensamiento científico y creer que por amputarles el prepucio a los niños serán favoritos a los ojos de Dios es una estupidez.
Largo texto tras mi larga ausencia, ¿non si? El tema lo merecía. Si, pese a todo, os habéis quedado con ganas de más, compraos el libro.
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