La existencia es un sucio juego de apuestas. Es como subir por una escalera de caracol, totalmente a oscuras. Tienes un pie firmemente asentado sobre un escalón, el presente, y el otro en el aire, dispuesto para pisar el próximo peldaño, el futuro. Te mueves sin ver por dónde vas, y en cuanto dejas un escalón para apoyarte en el siguiente, se deshace, desaparece en la negrura y ya sólo puedes recordar que estuviste allí, pero nunca volver atrás, al pasado. De pequeños, ese baile con el vacío nos fascinaba. No sabíamos cómo acaba y por eso el tiempo era más lento en la infancia, porque estábamos muy pendientes de su evolución. Es difícil recordarlo ahora, que ya usamos desodorante y sabemos que con el último paso, la palmas, pero así fue. Hoy, subir la escalera, pese a lo peligroso que resulta, se nos ha convertido en costumbre y a penas le prestamos atención a nuestro camiñar hacia el futuro. Es lo lógico y lo normal, sólo los locos viven obsesionados con la muerte, pero no deja de ser fascinante nuestra capacidad para convertir en rutina algo tan frágil como el baile de la existencia.
Todo este rollo macabeo viene porque, en los últimos días, me he dado cuenta de que me siento muy cómodo con este blog y de que actualizarlo se ha vuelto una especie de rutina irregular. Se me hace raro, pero si nos acostrumbramos a saltar de día en día sin hacernos demasiadas preguntas, ¿por qué no a escribir desbarres aperiódicamente?. Cuando empecé no estaba seguro de que fuese capaz de mantener mucho tiempo esta sucesión de textos digitales, pero las ideas han ido llegando (mal que bien), sé que tengo tres lectores fijos (al menos) y me divierto haciéndolo, así que este duende tendrá cuerda para rato. Os lo prometo a vosotros y a mí mismo.



