Tengo que confesar que detesto el Carnaval. Es una época del año en la que el pudor, el sentido del ridículo, la buena educación y el respeto al espacio privado de cada uno se van a tomar pol saco. Puede que haya quien no eche de menos nada de eso, pero los tipos tímidos y traumatizados como yo si que lo hacemos, son cosas que nos facilitan la vida. En Carnaval todo vale. Conviértete en un camello rosa, habla con otro que se ha transformado en Mortadelo, al que ni mirarías si llevase vaqueros y camiseta de Rosalía de Castro. Tira bombas fétidas dentro del supermercado, improvisa performances con esa comparsa de exquisito gusto que simula ser una célula de Al Qaeda e insulta a todo el que te apetezca como si estuvieses en un foro de internet.
Y todo esto ¿por qué? Porque son los tres días al año que nos está permitido hacerlo. Venga, todos a soltar el estrés acumulado y las frustraciones sociales, y rapidito que nos metemos en marzo y hay que volver a ser serios otra vez. ¿Divertirse al son de la voz de su amo? Señores, esto no es anarquía, sino caos. Llamadme reprimido, lo soy, pero no me hace gracia que un señor con perilla al que no conozco de nada y que va vestido de prostituta cubana se dedique a echarme la mano al paquete. Y las comparsas de Cádiz no me hacen ni puñetera gracia, dicho sea de paso.
El Carnaval cumple aún con la función de las fiestas paganas cuyas fechas ha heredado, como la Lupercalia romana o las celebraciones de la diosa celta Carna. Básicamente, se resumían en “vamos a darnos un día al año para ponernos hasta el culo de hierbas que colocan, pegarnos hostias unos a otros y vestirnos con pieles de animales muertos, para luego ir a sachar el campo y/o matar enemigos con más ánimos”.
La Iglesia, en su afán apropiativo, convirtió estas fiestas en una previa de la cuaresma. Por si la gente se les cabreaba mucho al obligarlos a pasar cuarenta días sin comer carne, les daban una semanita de excesos, pa que estuviesen contentos.
En la Edad Media, tiempo de represión y cafrerío donde los haya, la celebración alcanzó su máximo exponente y pasó a llamarse Fiesta de los Locos. El señor feudal de una zona daba autorización a sus vasallos para violar, robar y matar durante unos cuantos días sin miedo al castigo oficial. Los vasallos en cuestión se ponían máscaras para evitar que los vecinos les aplicasen un castigo oficioso, a posteriori, por haber quemado su establo y de ahí quedó la costumbre.
Liberación de estrés organizada por el poder. Clausuremos el Carnaval y convirtámoslo en una fiesta a favor de la jornada laboral de 7 horas, por ejemplo. Y si queréis quitaros la represión, haceos jugadores de rol o de rugby. Funciona mejor.