De todo lo que me dijo, me quedé con una idea no muy innovadora pero si muy bien expresada: “Un sistema sólo funciona si se asienta sobre el conformismo de la mayoría”, es decir, que el capitalismo se sostiene porque una gran parte de los ciudadanos ve normales sus valores y los asume. Si nos creemos que la falta de escrúpulos, la competitividad exacerbada, la acumulación de riqueza a cualquier precio y el sálvese quien pueda son una forma correcta de actuar, o peor aún, que son rasgos inevitables de la naturaleza humana, le ponemos puntales a nuestro encantador sistema económico y social.
Y, sin embargo, hace ya años, contados por cientos, que el melenas de Descartes (Renato, para los amigos) descubrió que uno no puede estar seguro de nada, excepto de sus dudas, y que ese sentido común del que tanto se jactaba el homo sapiens era una auténtica porquería. Que putada, ¿eh? Tocaba replantearse esos cómodos razonamientos, del tipo “Me parece bien que el conde se reserve el derecho a desvirgar a todas las doncellas de la comarca, si yo fuera conde, haría lo mismo” o “Si, aquí festejamos a la Virgen del Carnero desollando una cabra a pedradas, pero es una ceremonia buena y recta, porque se celebra desde los tiempos de Chindasvinto y no vas a venir tú a cambiarla”. Como todo gran filósofo, Descartes cambió la forma que sus contemporáneos tenían de ver el mundo y, por lo tanto, cambio el mundo.
O no tanto, porque, audaces y sabios como sois, queridos lectores, ya sabréis las ideas de Descartes son la base del método científico, pero casi no han tenido calado en el ámbito social. Siglos después de Renato aún seguimos fiándonos de nuestro sentido común ("¿Y que si el alcalde compra votos? Cualquiera haría lo mismo si fuese alcalde") y seguimos creyéndonos verdades categóricas sin molestarnos en cuestionarlas siquiera un poquito.
Honestamente, creo que el miedo se asienta sobre las certidumbres. y la libertad sobre las dudas. Desde luego, no son los pensamientos los que mantienen a los ricos en sus poltronas, sino la infraestructura económica y la estructura política, pero sucede que si uno empieza a ver las contradicciones del sistema como algo normal e inevitable, ¡pof!, menos tensiones internas. Ya pueden nuestros amos gastarse en putas parte del dinero destinado a propaganda (y/o represión).
Así que, recordad, amigos lectores y no lectores. Dudad de que es inevitable que unos hombres exploten a otros. Dudad de que es normal abusar de poder, porque el poder corrompe, de que aprovecharse de otros es de listos, de que en el mundo no hay bastante riqueza para nosotros y los negritos de África. Dudad de que no es posible que las cosas vayan mejor de lo que van.
Y dudad de esta batallita que os acabo de contar, hasta que logréis comprobar por vuestros propios medios si tiene algo de cierto. Ése es el espíritu.