La pereza, y el exceso de trabajo (también hay temporadas en el diario en gallego más importante de aquí a Ganímedes) me han mantenido lejos de las actualizaciones. Disculpen y seguimos.
El pecado de la semana es la gula, recomendable en dosis controladas para todos los chicos y chicas con problemas de socialización. Nadie que no tenga un severo trastorno puede negar que devorar comida es algo placentero. Una buena enchenta queda sólo por detrás del sexo en la escala de disfrute sensorial y por eso, como tontos temerosos de lo que nos da gusto, nos lo prohibimos.
Por eso hay quien se da a la pitanza con desenfreno y cae en la obesidad, la plaga de nuestro tiempo, junto con la depresión. En el otro extremo, están los que interiorizan los prejuicios sociales contra los glotones ('wolverines') y acaban anoréxicos, vigoréxicos o con cualquier otro desarreglo en la azotea. Occidente no sabe manejar su triunfo egoísta en la batalla contra el hambre, pero por suerte hay muchos caminos intermedios.
Éste es el más social de todos los pecados católicos. Comer bien eleva el ánimo, suelta la lengua (sí, el vinillo también cuenta) y predispone hacia la conversación. Por eso hay tanta gente que detesta comer sola. Por eso tienen tanto éxito las Festas do percebe, o grelo, o queixo, o lacón, a ameixa, o berberecho, o cocido, as unllas de San Lourenzo, a orella, a cachucha, a empanada... y las bodas, bautizos y comuniones son momentos de alegría y comilonas. Alrededor de una mesa se afila en ingenio y se destapa la risa, pocos lugares hay mejores para entablar amistad con alguien.
Tened en cuenta, además, que en la gula no sólo se incluye el exceso, sino también el disfrute. Probar sabores exóticos, ingredientes poco corrientes y recetas audaces es pecado, porque te aleja de Dios. Guárdalo todo y dáselo al cura, que ya se encargan él y sus intestinos de vigilártelo. Dedícate a la comida simple, llana y sin adornos.
El miedo a la experimentación culinaria nos viene del instinto: comida rara=comida venenosa. Es normal cuando uno es un mocoso, pero la madurez debería ayudarnos a superarlo. Quien tiene 40 años y se niega a probar la oreja de cerdo o las ancas de rana, no sabe lo que se pierde por miedo a la gula, igual que el que le huye a las verduras porque sólo las ha comido cocidas y con patatas (¡ah, lo que ganan con su ajito, aceite y pimentón! ¡O con nata, queso y champiñones! ¡Ñam!).
Todo el mundo encuentra cosas que no le gusta comer, es normal en nosotros, europeos cebados con capacidad de escoger, pero la variedad es lo que recomiendan los médicos para que nuestro corazoncito siga latiendo bien y nuestros estómagos y caderas mantengan una proporción áurea. El truco, como siempre, está en moderarse. Una recomendación de este vuestro anfitrión es practicar la gula junto a la lujuria: comer da fuerzas para follar y follar adelgaza. Pero de retozar en el catre ya hablaremos en próximas entregas.
Nada que dé placer y no haga daño a nadie es pecado. Lo demás son pamplinas.
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