Hace tiempo que no iba a un entierro, pero ayer me tocó. No me déis el pésame, fue el de una tía mía, muy cercana a los 80 años, que llevaba seis meses con un cáncer de los gordos. Aguantó bien ese tiempo gracias a las drogas y la crisis terminal fue fugaz y sin agonía. Yo firmaba por diñarla así, desde luego.
Los entierros son los mayores contactos con la muerte que se pueden tener en una sociedad como la nuestra, dónde la señora de la guadaña suele quedar confinada a los telediarios. Tras los abrazos de los parientes, las (horrorosas) coronas de flores y las vacías mentiras, envueltas en incienso, que salen de la boca del cura, tras la parafernalia, está ese breve instante en el que los operarios entierran el ataud (o 'emparedan' en el caso del cementerio de San Amaro). Ahí sólo se escuchan lágrimas y silencio. Ahí cualquiera puede asomarse al dolor, a la sensación de vacío, a la certeza de que algún día también te tocará a ti.
Un montón de caras, bajo lluvia, sol o niebla, dejan claro que el cielo no es consuelo ante el absurdo. Le ha tocado a alguien que conocías. Tus sentidos nunca codificarán más su peculiar mezcla de genética, vivencias y educación. Dale la explicación que quieras, pero, pese a todo, la realidad seguirá su camino.
Y, para perder solemnidad, exijo un estudio sociológico serio de por qué los velatorios son tan buen caldo de cultivo para el humor. Es inevitable escuchar más risas que llantos, como bien han constatado muchos monólogos del Club de la Comedia y chascarrillos populares. Basta ya de oscurantismo, la gente tiene derecho a saber por qué se escojona de risa delante de sus familiares de cuerpo presente. Haced algo, investigadores del mundo.
4 comentarios:
Totalmente de acordo co último parágrafo.
¡Gran revolución na miña familia este verán! Cando morreu meu avó, deixámolo durmir tranquiliño na súa suite do tanatorio ferrolán o día antes do seu enterro, e nós fomos descansar ao enderezo do finado. ¿Tomaríanolo a mal? Outro día contarei as supersticións absurdas de miña nai sobre as manifestacións dende o limbo de meu avó durante o pasado agosto. O debate é o seguinte: ¿é lícito deixar ao morto sen velorio?
A min gustaríame crer na reencarnación, é a hipótese post-mortem máis fermosa (¿quen quere ir ao ceo habendo tantas cousas pendentes neste mundo?), pero case que é mellor, por tranquilidade, pensar que unha vez morto perdes todo fío coa vida, espiritual e terrenal, non existes como organismo nin como alma axexante. Por iso non me preocupou deixar a meu avó sen velorio e ir durmir para estar descansado na cerimonia do día seguinte.
Isto ocorreu en Ferrol. Pola contra, cando morreron meus avós de Foz si houbo velorio toda a noite. Eu fiquei de garda no de miña avoa. Estaba co meu odiado curmán. Non contamos chistes. Non sabemos rir xuntos.
Por certo, grazas por ilustrar o post con "O triunfo da morte" de Brueghel o Vello. É o meu favorito
[Un engadido imprescindíbel, unha broma privada de difícil decodificación: "la muerte mooola, tíiio"]
¿Brueghel é o teu favorito sobre a morte ou en xeral? O certo é que o meu primeiro impulso foi coller a "Lección de anatomía" de Rembrandt, pero o vello Pieter terminou por imporse. É unha pintura brutal.
Na miña familia, por sorte, xa se perdeu o costume dos velorios longos, e, pese a non levarnos moi ven, sabemos rir xuntos de cando en cando. Iso si, sempre hai alguén a quen lle parece mal, e logo, en Nadal, cando corre o viño, bótate en cara: "Marchastes para casa en troques de velar a vosa tía. Sodes uns descastados". Gajes de oficio.
Pues, chicos, no sabéis lo que es asistir a un entierro con parientes andaluces, que una señora jienense se arranque a cantar una jota, a ti te dé un ataque de risa y tengas que esconderte detrás de la gigante lápida de un pomposo burgués de hace cien años. Claro, en el velatorio se puede bromear, pero en pleno entierro y con las hijas del difunto llorando, no está bien visto desternillarse. Por cierto, no creo que haya mucha diferencia entre estar vivo o muerto en El Ferrol del Caudillo. Y las comidas familiares con más de cuatro parientes (uno mismo incluido) deberían estar prohibidas en la Constitución o en el Estatuto, ya sea en el preámbulo o en el articulado.
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