26.11.05

Exhibicionismo

Hace unas horas, durante la comida, el Nadador me interrogaba sobre mi vocación literaria. "No tengo -dije yo-, sólo me gusta jugar con las palabras". Él, con su habitual psicoanális, dijo: "Claro, eso es como el que no tiene vocación de futbolista, pero le encanta dar patadas a un balón sobre la hierba y en calzoncillos". Francamente, me resisto a creer que nada de lo que yo haya escrito nunca se pueda definir como "literatura" (y aquí tenéis este blog para atestiguarlo), pero confieso que en los últimos años he llenado muchas páginas (reales y virtuales) con el terrorismo verbal que sale de mis dedos. Más de una vez me he intentado escribir una novela, pero nunca las termino, por pura indisciplina. Mi próxima obra inconclusa empezaría así:

Un autobús bajo el amanecer en una carretera pintada con tiralíneas. Tierras llanas, cielo plomizo y humedad tropical. El trayecto entre el aeropuerto y la gran ciudad siempre era igual de monótono. Veinte minutos malogrados en viejos asientos de madera, oliendo el sudor y las penas de los desconocidos. Hay una infinita cantidad de conversaciones posibles, amistades, amores, confianzas que nunca surgirán, porque nadie habla con su vecino de asiento en el autobús, no digamos ya con los que van tres sillas más adelante. Monotonía y 18 personas en soledad, dentro de su plaza pagada por la compañía aérea. 48 plazas, 30 de ellas vacías. 18 historias posibles en combinaciones de genética, educación y experiencia.
La chica rubia viajaba con la cabeza recostada en la ventanilla. El paisaje le recordaba su pasado, pero el reflejo en el cristal de su rostro de adulta se empeñaba en no dejarla huír del presente. Compartía el asiento con las cicatrices de todo lo que había sido, una de esas trampas nostálgicas que saltan en la memoria. El olor a humedad, la silueta de los edificios en el horizonte, los mensajes publicitarios en el viejo idioma… todo le recordaba a la parte de si misma que nació y murió allí, enterrada en el polvo de los años.
El televisor plano, colgado justo detrás del respaldo del conductor, enseñaba bonitas postales para los turistas. Asómese a las oficinas del Parlamento y verá a los políticos en su hábitat natural, recuerde como huelen la próxima vez que vaya a votar. Vea la parada más romántica de la ciudad, el mirador oriental construído sobre las ruínas del antiguo vertedero. No deje de visitar nuestros grandes jardines botánicos, con sólo un 67% de contaminación atmósferica. La publicidad anunciaba el aroma del regreso.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y por qué no iba a ser literatura? Tú, al lado de, qué se yo, César Vidal, eres Thomas Mann.

Anónimo dijo...

Siento no haber puesto tilde a "sé". Me golpearé la cabeza con un Quijote. No, mejor con "Réquiem por un campesino español", que estoy estudiando.

elduende dijo...

Bueno, bueno, no te flageles. Te permito que te golpees la cabeza con mis obras completas, que son inexistentes y virtuales y te harán menos daño.

Y te agradezco que pienses que soy mejor que César Vidal, pero coido que sus textos tienen tanto de literatura como los pedidos del charcutero de mi barrio.

O Nadador dijo...

César Vidal é un bo cristiano, non vos metades con el. Por outra banda espero que o autobús chegue a algures.

elduende dijo...

El autobús, y la chica rubia tienen su recorrido bien fijado, en mi cabezota. Tal vez con el tiempo y los años saque fuerzas para escribirlo entero.

Anónimo dijo...

Bueno, si la calidad literaria se midiese por la presencia en las listas de libros más vendidos y las estanterias de las propias librerías, Shakespeare sería un patán al lado de nuestro querido radiopredicador.

Anónimo dijo...

Espero q no nos hagas esperar mucho en la estación...