Mi propio carácter me tiene preocupado. Confieso que una amiga de mi anterior lugar de trabajo me comentó hace unos días que mi blog no le interesaba porque era demasiado ácido. Ante tal reflexión, empecé a hojear distraídamente los últimos posts y me di cuenta de que hacía tiempo que no escribía nada verdaderamente ácido (más o menos, desde lo del eclipse). Temeroso de decepcionar a mis no-lectores, me puse a rebuscar en los rincones más oscuros de mi psique y parí el último post sobre los consejos, poniendo en él toda la mala leche que fui capaz de destilar en ese momento. A juzgar por los comentarios, fue un éxito. Pero, insisto, me he quedado preocupado.
¿Es que hasta la gente que me conoce y lee habitualmente mis bodrios se asusta de lo quejicoso que puedo llegar a ser? ¿Es que las personas bienpensantes y los jóvenes en edad de formación no pueden encontrar nada bueno en este sitio web, oscuro como la tierra de Mordor (Frodo, ve raudo)? ¿Acaso estoy condenado a acabar siendo un viejo acohólico que despotrica contra el mundo desde la barra de un bar del Franco, o peor aún, el encargado de Recursos Humanos de unha gran empresa multinacional?
Antes de que sea demasiado tarde, voy a demostrar que también puedo ser una criatura amable y positiva. En este mundo también hay cosas buenas que merecen la pena:
- Los amigos... aunque como dice el tango, han nacido para fallar, igual que los jueces.
- La lectura... aunque te quite tiempo para vivir de verdad y te deje hecho un gafapasta.
- Las relaciones amorosas... aunque sean la mayor fuente de disgustos y traumas de todas las civilizaciones.
- La juerga... aunque termine por dejarte hecho un guiñapo, parasitario e inútil.
- El dinero... aunque para conseguirlo tengas que encadenarte a un yunque o pisar muchas cabezas ajenas.
- El mus... aunque haga de ti un mentiroso competitivo.
Mmmm... seguro que si lo pienso durante un mes o dos, se me ocurre algo más... o no.
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