Cena de empresa

Querido diario:
El jueves fui a una cena de empresa. Eso siempre significa asistir a un acto profundamente surrealista, pero ésta en concreto se llevó la palma. La excusa para convocarla ya presagiaba grandes fricciones: despedir a tres currantes despedidos, vamos que, te echan a la calle, pero te invitan a cenar. Algo es algo.
El restaurante nos recibió con una quilométrica mesa digna de las bodas de Camacho. Se entiende que nadie quisiera perderse un atracón de último adiós. El sitio era fino, pero les gustaba poner la carne cruda. Sin problemas, porque los ríos de vino de Barrantes pronto se llevaron las penas diarias. Nunca dejará de sorprenderme como los periodistas y los cuarentones se lavan la represión con sangre de cristo. Tal milagro convierte en tu mejor amigo a ese tipo calvo y mal encarado que en la redacción sólo te gruñe. O a tu superior directo, siempre tan modosito, en un fumador habitual de marihuana. O al redacctor jefe de deportes en un dibujante de cómics aficionado
En plenos postres, cuando toda cena se conviete en un karaoke con música de cucharilla y copa, llegó el momento de la hipocresía. En el hueco entre cantar el Miudiño y el ¿Quien es ese hombre? El que dibuja cómics en la intimidad hizo de maestro de ceremonias, suyo fue el mensaje de la empresa: “tomad una propina antes de la patada en el culo, txavalotes”. Y les dió un regalito a cada uno, que no se diga.
Ahí surgio el imprevisto. El caballero Meixide, cuyo contrato es de los que pasan a ser un mal recuerdo, sacó valor del Barrantes y dijo lo que todos estábamos pensando. Primero: “gracias polos presentes, agora que estou no paro no podería pagalos”. Segundo: “é curioso que para recortar gastos bótennos a nós, habendo como hai unha chea de subdirectores...”. Tercero: “Entre esta empresa e os yonquis de Cervantes, eu quedo cos yonquis”. Salva de aplausos y cierre, mientras los jefazos presentes tomaban buena nota.

Y la cosa acabó en el Maycar...